viernes, 23 de marzo de 2012

La piececita roja de Lego


Curiosamente el chiste que menos me hizo reír es el que más me impactó. Me lo hubo de contar un profesor de Alemán durante la primera hora del curso. Se trataba del mejor chiste según él. El primer día cinco minutos antes del final de las clases el profesor, con el entusiasmo de los primeros días nos contó el chiste del hombre que conducía cajas de Legos.

Érase una vez un hombre que se llamaba Dorrego Garrido y que vivía en Alemania -ya lo sé, suena raro este nombre para un Alemán- Era un inmigrante que nació y se crió en La Capital y con la gran Crisis se vió obligado a emigrar a Europa. En seguida, al llegar a Alemania empezó a trabajar en una empresa de correos.

Un buen día el jefe de Dorrego le presentó el encargo de su vida; llevar una furgoneta enteramente llena de cajas de Legos. La dificultad era que tenía que abastecer una tienda del sur, en Munich con cajas de Dinamarca. Todo eso en dos días, uno para ir hasta Dinamarca y otro para bajar  a la capital Bávara. Si lo conseguía tenía un aumento relativo de su sueldo. Dorrego aceptó el encargo y salió de la oficina de su jefe. 

Unas horas más tarde estaba por la autopista, ya había recogido el cargamento de cajas de Legos y se dirigía a Munich. -El profesor de Alemán nos aclaró que en Alemania no hay límite de velocidad- Estaba a punto de llegar cuando en una curva se le fue la furgoneta y volcó. Dorrego Garrido salió ileso, pero las cajas de juguetes salieron por los aires y todas las piezas se esparcieron por los alrededores. El pobre Dorrego recogió una tras una, pero faltó una sola, la pequeña piececita roja de Lego. Después del accidente, lo despidieron.

Años más tarde, Dorrego viajaba en tren junto a una señora. Los dos venían cansados y dispuestos a cualquier cosa por tener un poco de tranquilidad. De repente el humo de la pipa de Dorrego envolvió voluptuosamente la señora que protestó y le rogó que apagara su pipa. Dorrego le respondió cortesmente pero molesto, que él apagaría la pipa cuando el perro de la señora parase de revolotear entre sus piernas. Se quedaron callados pero al poco rato la mujer volvió a protestar y él le respondió lo mismo. La situación se repitió varias veces durante el trayecto. Poco tiempo antes de llegar, la señora visiblemente molesta le dijo que si no paraba de fumar le tiraría la pipa por la ventana del tren. Dorrego habiendo recibido la orina del perro sobre uno de sus zapatos le respondió que si ella hacía eso le tiraría al perro por la ventana. Después de diez minutos aguantando cada uno por su parte el humo y las emanaciones interiores del perro, la mujer arrancó la pipa de la boca y la tiró por la ventana, lo mismo hizo el hombre con el perro. Por fin los dos se serenaron y no hubo más altercados.

Cuando llegaron a la estación los dos salieron y vieron llegar el pequeño perro que venía jadeando. ¿Y saben lo que tenía en la boca?
-No- Respondimos al unisono.
-La piececita roja de Lego'' 

Todos los alumnos quedamos mudos, el profesor se reía solo, algunos mostraron muecas para complacer el incomprendido, yo estaba absorto ante el chiste absurdo. Al salir de clase lo pensé de nuevo y sonreí.





T.B.R

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